El hijo del guardabosque



Mi vida hecha a pie es todo un himno
al Sur de Chile, a sus tempestuosas campanas:
todas entrelazadas por un mismo hilo trémulo,
echadas a vuelo limpio por una misma mano,
estremecidas todas para una misma fiesta.



                            I

Ahora me mojo las manos con agua de la tierra
- tiene hierro y azufre esta agua de la raíces -
para que la barba me crezca dura y pura,
para que mi pecho zumbe sonoramente y tenga
resonancias de bronce o de verde campana.

Hoy me siento capitán celeste. Caballero
de tierra adentro, pastor de árboles y bestias;
yo ordeno los colores, recuento los aromas,
y animoso levanto con mis sencillas manos
una columna al agua, un monumento al iris.

Sueños de oro me queman. Más que un leño
arden mis estancias secretas; aquí florecen
como una selva hirviente mis maderas;
irrumpen por mis cuatro costados las raíces,
la tibia mano del sol me condecora
o me atraviesa como un cristal alegre.

Puedo decir que hoy llego: todavía mi origen
tiene sus pies hundidos en el glorioso barro
de que fui hecho; corre aún por mi pulso
esa leche vital que la tierra prodiga;
del barro oscuro vengo: todavía me duele
el cordón umbilical que me ata al surco.

De muy abajo vengo. Como el trémulo trigo
(en lo profundo escondo la inmaculada harina);
trepando he hecho el viaje como la clara uva
(en mi callada sangre canta el vino);
en la raiz me afirmo, ella es mi Biblia
(puesta en la oreja en tierra aun la escucho).



                           III


Yo no tengo recursos ni tácticas. Soy puro,
límpido y primitivo, azul como una égloga;
no tengo ocultas ciencias, la pura luz del cielo
con su índice florecido me favorece.
De repente su ramo mágico me signa
y soy entonces el pastor bienaventurado.

Si me voy de aventuras, voy como soy: desnudo
sin brebajes, ni anillos, sin manes tutelares.
Voy cantando y soñando como quien va por agua,
como quien va a cortar la flor del alba:
como por tierra propia y conocida me muevo.

Si de miel me alimento, para mí todo tiene
sentido de dulzura, y todo me explico
a base de optimismo. Afino oído y arpa
y es como si mis hombros florecieran,
como si en mi garganta cantara el agua.

Soy el hombre que ara desde el alba a la noche;
el pastor trasnochado de música y rebaño;
el sencillo carpintero con olor a virutas;
o el viejo evangelista que se sabe la Biblia
y en estado de gracia la canta en las esquinas,
explicándose a su modo la dirección del viento.

Cuando quiero alzo mi torre a los espacios
para coger el ramo señero. Alzo la frente
para beber la luz que me viene de arriba.
Oficiante de eternidad llevo a mi boca
mi pequeña poción de leche agria.

Por eso es que puedo cantar como el águila:
de pie en mi silencio, como sobre una roca,
tembloroso de azul; por eso puedo
escarbando en mi propia madera silenciosa
desatar las primarias gargantas de la tierra.

Porque libre me sé. Porque a nadie le debo
el sorbo de agua. Y es mía la serena
embriaguez que em embarga. Arquitecto cumplido
mi clima para vivir lo hace mi mano,
y si mi ruta es dura asísteme el orgullo
de sobrellevar cantando mi pesado madero.


Del bellísimo poemario "El hijo del Guardabosque" del escritor chileno, Juvencio Valle (1900-1999) quien  vivió para existor sólo en el siglo XX, siempre con su verde sureño en la distancia.

Dedicados a mi querido suegro Leonardo Araya, 
más conocido por sus amigos como el "Flaco Araya".

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