La cueca según Gabriela

LA CUECA


Cuando septiembre nos devuelve los días buenos y en las lonjas de viña o de trigo, la vendimia o la trilla, se quiebra el invierno, la cueca comienza a hervir en nosotros como un mosto; la cueca va y viene en la luz de los valles lo mismo que las lanzaderas que corren a lo ancho del telar.

Hombres de remo y de azada y mujeres de cunas y podas, todos ellos carne batida de tirsos, abren sobre la era grande o en el patio de la casa la cueca que es la pelea de dos temas y de dos expresiones. El canto y el baile suben y bajan de la violencia a la melancolía; el frenesí se rompe en la ternura y a lo largo de las estrofas ninguno acabará ganando.

Limos del Llano Central, costras de la pampa o playas nuestras, todo eso ha saltado y gemido como un tambor loco de los talones bailadores, toda tierra chilena ha clamoreado de un taconeo febril, que se parece al de los pisadores del lagar.

La cueca tiene doble entraña y doble índole porque la bailan hombre y mujer, y a los dos, a varón y a varona, ha de complacer y manifestar. Por eso ella tiene del fuego y del aire, del reto y del acatamiento.
 
Va el hombre en un enroscado torbellino y la mujer sale a su encuentro, casi se deja coger a la llamada, y luego lo burla con el bulto, sin quitar al hombre la presencia y siguiéndole con su vista amante.

La cantadora "lacea" con rasgueo y voz a la pareja hazañosa; pero el coro, que aquí no es mudo, lanza sobre ella además las interjecciones que adulan o escuecen, que mofan y alaban.

Vuelan sobre el grupo báquico los pañuelos, el alcohol y la pasión.
 
La raza sin muerte, caldo de una sangre subtropical, cuerpos que están vivos de mar o de luz de altura, baila su orgullo vital, bate su entraña que no quiere ensordecer, danza la vieja gesta del amor cerca del mar, que se la enseñó frenética, y de la montaña, que se la contó ritual.


De la escritora chilena Gabriela Mistral. Texto perteneciente a "En recuerdo de Chile, Un discurso" aparecido en enero de 1934.

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