La muerte del criollismo

"Llegamos al hotel, el mejor hotel que hay en Talca. Fuimos a cambiarnos y en la noche bajamos. Nosotros de terno azul con humita, la Ester Soré con vestido largo de fiesta, Manolo González de smoking".
Violeta se habría sentado con su tenida habitual de largos faldones oscuros y su larguísima cabellera, peinada hacia atrás, desafiante. Corrían los primeros años de la década del cincuenta y puede que la etiqueta fuera una exigencia en lugares como ese.
"Nos sentamos todos a la mesa" Prosigue Cano.
"Comimos cazuela de rana, que en Talca es famosa. Entonces la Ester Soré se queda mirando a la Violeta Parra y le dice:

-¿Usted a qué se dedica?
-Yo soy artista... soy folklorista.
-Uhmmm, no la he escuchado nunca, dijo la negra linda.
-Es lo de menos, con el tiempo voy a ser mucho más famosa que usted-. Se quedaron todos incómodos -confiesa Espínola-, pero el más afectado resultó ser Humberto Campos, incapaz de pronunciar palabra.
Pienso que esa noche Violeta dictó la sentencia de muerte al criollismo. Ella sabía claramente de qué hablaba, pero nadie más en todo el "mejor hotel de Talca", entre tanto glamour y polvo de estrellas, pudo siquiera vislumbrar la trascendencia de esa aseveración, hoy día irrefutable

- Extracto del libro "El que sae, sae. Crónica personal de la cueca" de Mario Rojas -




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