Radiohead en el Estadio Nacional

Cada vez voy menos a conciertos grandes, por plata y porque he priorizado las tocatas pequeñas. Pero cuando salieron las entradas para Radiohead no lo pensé dos veces y compré al toque, aunque mi austeridad actual me aconsejó galería. Esta vez fue sin tanta euforia y ansiedad como en el 2009 donde cagó el sistema por compra online y habían filas eternas para comprar la preventa. Luego fue la primera vez que en la semana previa al evento soñaba con estar en el concierto (después sólo me volvería a pasar con Black Sabbath). Tengo recuerdos muy nítidos de aquella noche en la Pista Atlética, donde estaba ubicado yo, del escenario y por muchos años cuando volvía a escuchar una canción de Radiohead que hubiera sonado, lo evocaba con claridad.
En estas recientes semanas me di cuenta que los últimos discos de la banda casi ni los había escuchado, al parecer me detuve en el In Rainbows. Y así super poco prendío llegué al Estadio Nacional, me compré afuera un sanguche de pollo y palta y adentro me encontré con mi amigo Femo y su hermano Jaime. Con el Femo nos hicimos amigos en pleno The bends y Ok Computer. Ya han pasado más de 20 años y sin duda esa idea del reencuentro y el tiempo me empezó a resonar a medida que el estadio se llenaba, con Junun y Flying Lotus sonorizando una cada vez más fresca tarde de abril.
Se apagan las luces, parte Daydreaming y aunque de galería no se veía un carajo, de hecho nunca vi la posición de los músicos en el escenario, me daba lo mismo, porque el show era muy sensorial, las luces y siempre por encima de todo, como las más grandes bandas: la música, demasiadas canciones que me han, y nos han, acompañado por tantos años. Lloré feliz, sin vergüenza ni culpa, como lo hago siempre que me emociono, ¿Qué otra forma de sentir la vida hay si no hay emoción de por medio? ¿Cómo vivir sin arte, sin música? La música que tanto consuelo en la vida nos ha dado.
Para mí, presenciar el show de Radiohead ayer fue como encontrarme con un amigo de hace años, y volver a darme cuenta de todo lo que lo quiero, que las cosas cambian, pero los buenos momentos siguen ahí y que además se resignifican. Como me dijo una amiga, cada canción fue como un abrazo.
Lloré con tres temas: Exit Music, Pyramid Song y un momento difícil de olvidar con Street Spirit, porque estaba todo el escenario azul, desde galera se veían las pequeñas lucecitas azules que delatan las grabaciones de celulares y cámaras de los asistentes. De repente en medio de la canción se queda pegado el video de las pantallas laterales y del escenario principal, quedó una imagen congelada, sólo avanzaba la música y en mi mente recordaba el video en blanco y negro que veía adolescente donde todo andaba en cámara lenta, yo lo único que veía moverse en ese momento era el humo que subía pausadamente desde el escenario hacia la noche, la música continuaba y el tiempo se detenía para contemplar la vibración del universo y de la gente, verme a mí hace 20 años y darme cuenta de que en esencia poco he cambiado. Abajo el titilar de lucecitas que señalaban a otras personas que también amaban la música eran el reflejo estrellado de la clara noche citadina.
A mi lado la mujer que amo, al otro lado un amigo de la vida, al frente Radiohead sonando para siempre.


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