Socializar la creación

Lo que necesitamos, por lo tanto, es la convicción de que la vida creadora, en todas sus manifestaciones, es necesariamente un producto social. Ella crece con la ayuda de las tradiciones y de las técnicas mantenidas y transmitidas por la sociedad en general, y ni la tradición ni el producto pueden seguir siendo la exclusiva posesión del científico, del artista o del filósofo, y aún menos de los grupos privilegiados que, bajo las convenciones capitalistas, tan liberalmente los ayudan. Lo que un individuo o aun una generación puedan agregar a esa herencia es tan insignificante en comparación con los recursos acumulados del pasado, que los grandes artistas creadores, como Goethe, son humildes en los que atañe a su importancia personal. Considerar esa actividad como goce egoísta o como propiedad es simplemente calificarla de trivial. En efecto, la actividad creadora es, en última instancia, el único asunto importante de la humanidad, la justificación principal y el fruto más duradero de su estadía en el planeta. La tarea esencial de toda actividad económica sana es producir un estado en el cual la creación sea un hecho común en toda la experiencia, en el cual no se niegue a ningún grupo, en razón de sus tareas o de su educación deficiente, su participación en la vida cultural de la comunidad hasta los límites de su capacidad personal. A menos que socialicemos la creación, a menos que la producción esté al servicio de la educación, un sistema mecanizado de producción, por eficiente que sea, sólo cristalizará en servil formalidad bizantina, enriquecida por panes y circos.
- extracto de "Técnica y Civilización" de Lewis Mumford -


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