La muerte de Robert Johnson

Un día, en agosto de 1938, Robert Johnson tocaba en un local de Three Forks, Misisipi; era un sábado por la noche ajetreado, en el transcurso del cual se le dio un jarra con alguna bebida alcohólica ilegal. Sin que lo supiera el mujeriego músico, a la bebida le habían echado veneno -posiblemente lejía- con seguridad algún marido celoso. Se sintió indispuesto y lo llevaron a una pensión donde permaneció enfermo varios días. Pudo vencer al veneno, pero desarrolló una neumonía y murió el 16 de agosto de 1938.
Johnson fue enterrado en una tumba sin nombre, un final típico para un bluesman vagabundo, aunque ésta fue la única cosa "típica" en la vida de este personaje. Duramte los ocho años anteriores a su muerte, el mundo rural del blues había quedado deslumbrado por la dulzura con que tocaba Johnson, por su apasionada manera de cantar y por sus letras atormentadas (de las que un número desproporcionado parecen inspiradas por los demonios). Ya en su época corría un mito sobre él que decía que su rápida progresión con la guitarra se debía a que había vendido su alma al diablo, pero ahora el nombre de Johnson se asocia inmediatamente al mito aún mayor que generó su muerte temprana (27 años).
Su pequeño e insignificante catálogo y sus paupérrimas ventas aparecen irrelevantes frente a la legión de discípulos atraídos por su aura legendaria, entre ellos muchos artistas de rock de más de una generación que llegaron a ser superestrellas, The Rolling Stones y Eric Clapton entrre ellos.

- Texto de Bruce Eder que aparece en el libro "Momentos clave. 100 años de música" -


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