Dueñas de Casa

De tanto hablar de soledad y muerte,
hoy viven como dueñas de esta casa.

Las conocía, sí, yo las cantaba:
eran parientes que en mi sangre estaban.

Conocía su pan y sus bordados,
sus mistelas oscuras, sus resabios.

Eran dos viejas tías que vivían
modelando tristezas en su isla.

Mas todo era tan vago y tan lejano.
Eran palabras sin los viejos labios.

Pero un día llegaron y pasaron
por la puerta cerrada de mi casa.

Entraron con sus faldas y rebozos,
con sus rostros transidos y sin ojos.

Apagaron las flores con su hielo.
Le borraron el cielo a las ventanas.

Y hoy me imponen vacío, me rodean
con su silencio de madera blanca.

Ponen salsas amargas en mis platos
y me escancian un vino solitario.

Y en las noches despierto y las sorprendo,
con sus cuencas mirándome a la cara.

Y nada puedo hacer, no puedo nada.
Sus lúgubres maletas instaladas,

me las muestran quedadas para siempre.
Esta casa no es mía: está cerrada.

Yo soy un prisionero de la nada.
Mis llaves son de soledad y muerte.

- Julio Barrenechea -

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