Nosferatu

La mayoría de los vampiros de las películas, desde Bela Lugosi a Christopher Lee o incluso Tom Cruise y Bradd Pitt en "Entrevista con el vampiro" (1994), dependen de su carisma para cautivar a su presa. Por eso resulta aún más aterrador ver estremecerse a bellas mujeres, arrebatadas por el éxtasis, ante la presencia del grotesco Nosferatu (Max Schreck). Resultaría cómico si no fuera tan inquietante esa figura deforme, con el cráneo sin pelo y esos ojos hundidos que miran descaradamente al mundo de sangre caliente. Cuando sigue a Ellen (Shröder) a su dormitorio, resulta aún más estremecedor porque sólo vemos su jorobada sobra subiendo las escaleras. Este vampiro no necesita transformarse en murciélago para recorrer grandes distancias, ya que puede ir a cualquier sitio en el que haya luces y sombras, colarse en cualquier habitación en la que haya una rendija lo bastante grande para albergar una esquirla de oscuridad. Ellen se sobresalta aterrorizada cuando ese ente sin nombre ni cuerpo araña la puerta con sus garras, como aquellas siluetas misteriosas que perturbaban nuestros sueños de niños. Se hace un ovillo en la cama, el pánico la hace respirar de manera entrecortada, pero la garra de esa terrible figura está ya subiéndole por el camisón y pronto se cierra sobre su corazón. Al margen de ser una imagen maravillosamente expresionista, hay un pequeño guiño en la metáfora que crea F.W. Murnau con la conquista del vampiro. Al fin y al cabo, una película sólo es luz y sombra. Los espectadores que se hayan asustado con la escena saben, al igual que Ellen, lo que es sentirse amenazado por una sombra.

- extracto del texto de Violet Glaze que aparece en el libro "Momentos clave. 100 años de Cine" -


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