Contrato marital

[...] Intercambiar un servicio sexual por dinero, hasta en buenas condiciones, e inclusive de buen grado, va en contra de la dignidad de la mujer. Prueba de ello: si pudieran elegir, las prostitutas no lo harían. Vaya retórica... Como si la depiladora de la cadena Yves Rocher pusiera cera o apretara puntos negros por pura vocación estética. La mayoría de la gente que trabaja no lo haría si pudiera, ¡obviamente! Sin embargo en ciertos ámbitos repiten a porfía que el problema no es sacar la prostitución de la periferia de las ciudades donde las prostitutas están expuestas a todo tipo de agresiones (condiciones en las que hasta vender pan vendría a ser como practicar un deporte extremo), ni obtener marcos legales tales como los reclaman las trabajadoras sexuales, sino prohibir la prostitución.

Resulta difícil no pensar que lo que no dicen las mujeres respetables, cuando se preocupan por la suerte de las putas, es que en el fondo temen su competencia: desleal, demasiado oportuna y directa. 

Si la prostituta hace su negocio en condiciones decentes, lo mismo que la esteticista o la psiquiatra, si a su actividad le quitan todas las presiones legales que se conocen actualmente, la posición de mujer casada de repente se vuelve menos atractiva. Porque si el contrato prostitucional se vuelve común, el contrato marital aparece más claramente como lo que es: un trato en el que la mujer se compromete a realizar cierta cantidad de faenas que aseguran el confort del hombre por tarifas que resisten toda competencia. Especialmente las tareas sexuales.


- de Teoría King Kong (2006) de Virginie Despentes - 




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