La huelga

En este exuberante debut en el cine a los 26 años de edad, el ambicioso Eisenstein ensalza el cine como herramienta para la educación y la agitación social. Sirviéndose de los conocimientos geométricos que le habían proporcionado sus estudios de ingeniería, unió la fascinación por el movimiento de la era del constructivismo con el compromiso ideológico, reflejado en sus protagonistas colectivos. Utilizó una huelga de los trabajadores de una fábrica en 1912 para enseñar estrategias con que identificar a espías y provocadores, soportar la carga psicológica de una larga huelga y resistirse a la tentación de claudicar. A la narrativa horizontal que enfrentaba a los heroicos trabajadores contra los bufonescos capitalistas, añadió una dimensión vertical nueva que experimentaba con la forma, retratando un acontecimiento desde múltiples ángulos a una velocidad que los convertía casi en instantáneos, en lo que con el tiempo se ha llamado un montaje "cubista". Se atrevió a romper la norma de unir movimiento y dirección, utilizó ángulos extremos sin aparente motivación, desafió el montaje de Hollywood con fotogramas yuxtapuestos con los que conseguía apartar al espectador de sus costumbres perceptivas.

El ejemplo más deslumbrante de ese cine que se centra en la estética más que en la narración llega poco antes del final de La Huelga. En una secuencia de cuatro minutos, la policía hace frente a los huelguistas con mangueras que despiden fuertes chorros de agua. Primero dos, luego cuatro y finalmente seis chorros forman un arco y se cruzan antes de golpear a los desafortunados trabajadores. Con movimientos rítmicos y una dinámica especial que subraya la tragedia, Eisenstein muestra cómo el agua golpea a la multitud, las tomas largas dejan paso a primeros planos de los rostros y la escena acaba con una imagen abstracta y borrosa del agua. El cine aún tenía que asimilar el nuevo concepto de montaje de Eisenstein.


- texto de Robert Keser que aparece en el libro "Momentos clave. 100 años de Cine" -



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