La auténtica renuncia

Entre los años 1960 y 1970, se hizo célebre en la India un gran personaje de la comunidad llamado Vijaya, del que se cuenta la siguiente historia:

Se trataba de un rico comerciante de Bombay, que había hecho fortuna con las actividades portuarias y con los transportes por carretera, entre otros negocios.

A la edad de cuarenta años, obedeciendo una antigua tradición, decidió poner en práctica el método de las renuncias sucesivas para alcanzar así la sabiduría. Se trata, según este método, de renunciar a una cosa por año. ¿Por qué? No está claramente explicado en los textos: lo esencial es renunciar.

El primer año, renunció a su fortuna, lo que parecía lo más evidente y, como él mismo tuvo que reconocer, lo más fácil. Repartió sus bienes y conservó para vivir solo lo estrictamente necesario. El segundo año, renunció a su coche y, el tercer año, al chófer, al que había conservado y pagado inútilmente durante un año.

El cuarto año, renunció al tabaco, lo que le pareció mucho más difícil. Pero lo logró. El año siguiente, renunció a todas las bebidas alcohólicas y, el sexto año, a la leche y el queso.

El séptimo año, renunció a las especias; el año siguiente, a cualquier tipo de tocado, sombrero o turbante. El noveno año, renunció al paraguas, a cuyo resguardo seguía caminado todavía pra protegerse tanto de la lluvia como del sol.

El décimo año, renunció definitivamente a cualquier actividad sexual. En los años siguientes, renunció al cine, al teatro y luego a la música y a todos los espectáculos de danza. Para concluir esta serie de renuncias, renunció también a la televisión.

El decimosexto año, renunció definitivamente a cualquier alimento carnoso (aunque vegetariano, de vez en cuando comía alguna gamba). también renunció a los huevos.

El decimoctavo año fue el más arduo y tuvo que recomenzar al año siguiente: había decidido renunciar a cualquier pensamiento erótico o glotón y todo el mundo sabe que basta no querer pensar en una cosa para que esa cosa, sea cual sea, se imponga de inmediato al espíritu.

Renunció a la religión y al culto, lo que, en cambio, le pareció más fácil de lo previsto. Como ya no comía más que verduras y algunas frutas, tuvo que elegir entre dos categorías muy distintas: las verduras y las frutas que crecen en el suelo o las que caen por sí mismas de los árboles. Denunció renunciar a las primeras y se contentó con las otras. Caminaba con los ojos fijos en el suelo y compartía su alimento con los insectos.

Renunció también a la lectura de los periódicos, a usar el teléfono y poco después a toda forma de conversación y de relación con sus padres y amigos. Algunos dijeron que renunció a lavarse: un año, los dientes; otro, los pies; otro, el pelo. De continuo buscaba a qué otra cosa podría renunciar. Hacía proyectos de renuncia de un año para otro.

Renunció al orgullo, a la envidia, a la vanidad, a todos los defectos humanos que pudo imaginar y descubrir dentro de sí.

Desapareció durante algún tiempo, en torno a los setenta años, y nadie sabía donde encontrarlo. Durante dos o tres años no hubo ninguna noticia suya. De pronto, cuando la gente ya empezaba a olvidarlo, reapareció sonriente, vestido con gran elegancia, al volante de un coche deportivo descapotable y con una rubia despampanante sentada a su lado.

Fumaba un enorme puro cubano.

Uno de sus amigos lo reconoció y le preguntó muy sorprendido:

- ¿Eres tú, Vijaya?

- Claro que soy yo.

- Pero ¿Qué ha ocurrido?¿Has decidido dejar de renunciar a las cosas mundanas?

- De ningún modo- respondió Vijaya-. Sigo renunciando.

- ¿Y qué es lo último a lo que has renunciado?

- Ya lo ves. He renunciado a la renuncia.


- relato que aparece en el libro "El segundo círculo de los mentirosos" de Jean-Claude Carriere -




Ilustración de Lan Truong

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