Volantín

Vendría a elevarse pronto la carpa del circo y de la fiesta, y, sobre todo, la gran cúpula celeste, habitada por uno de mis mejores amigos: el volantín.

Como si todas las sombras se hubieran desvanecido, yo pasaba tardes y días enteros, tendido de espaldas sobre el pasto, con mi volantín muy lejos. Me parecía existir con él allá arriba, o sentir en mi mano, ahora de gigante poderoso, todo el peso del cielo. Es como si hubiera vivido días y días y muchas estaciones en una patria abierta, segura y luminosa.

Existía entonces una sola mano: mi imaginación, y un solo pájaro: el espacio.

Yo me sentía bueno, ligero y alegre hasta que otra vez se alzaron los enemigos con la mortífera arma del “hilo curado”. Mas, en esta ocasión, y, fortalecido de mis antiguos males, respondí al desafío, sin temor a moler yo mismo el vidrio de las ampolletas para templar el hierro de mi espada.

Conocí, por esta ley fatal, amigos y enemigos.

Pero mi país era pacífico y soñador y me gustaba estar en calma con mi volantín por los aires, allá lejos, más allá de la ciudad, en mares o fronteras desconocidas.

Cuánto me alegraba el relincho de mi volantín en el cielo lleno de nubes y del buen viento sur, anunciador de la primavera.

También la tierra elevaba conmigo, después de la lluvia, esas telas que flotan y que son el anticipo de la plumilla de cardo que va a llenar de pronto el espacio.

Yo mismo fabricaba mis propios volantines, aunque nunca supe hacer bien los palillos de coligue. En las noches, solo en mi cuarto hasta muy tarde, me sentía tan inmenso como el cielo de septiembre, al ver mis creaciones, colgadas en la blanca pared, como pájaros multicolores aguardando el día de su primer vuelo.


- extracto de los textos autobiográficos de "Arte de Vida" (1971) de Efraín Barquero -




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