La casa

Dejaban mi cabellera colgando desde el tronco de la puerta como trofeo.

Sin precedente en la historia de los indios manantiales,

y una cuenca abierta,

para la mirada de los ojos indiscretos

colocada a la acera del abismo...

Y esta era mi morada.


Una víbora, encerrada en la jaula,

destinada a cualquier pájaro,

y una piedra caída temporalmente desde la cima,

una piedra nómade en busca de aventuras

servía de puerta, de mesa de comedor...


Qué queréis que se haga con estos materiales.

Nada. Sino escribir poesía melancólica.


Acaso, cuando la noche

se despierte debajo de los murciélagos,

no haya otra cosa sino una sensación,

y a estas vertientes que a uno le aparecen desde el fondo de los ojos.


No haya

sino un alud de hijos de piedra,

de hijas de agua

de hijos de árboles.


Entonces escribiré mi biografía

al uso de los poetas indecisos.

Miraré a través de una llama de cobalto

y distinguiré objetos olvidados;

como cuando dormía adosada a la pared

y todo parecía bello sin serlo.

Tomaré una de mis pequeñas flautas colgantes

y entonaré la canción del amor.


- poema que aparece en el libro "Los dones previsibles" (1992) de Stella Díaz Varín -




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