El origen de mi amor por los completos

Mi cariño hacia los completos supongo tiene que ver con muchas cosas, para mi generación tampoco era algo tan accesible. Este preciado alimento estaba ligado siempre a un evento especial, era tan raro como cuando mi mamá hacía panqueques o tomate relleno. Yo sólo los comía cuando se hacían completadas en el colegio para juntar plata o en el par de salidas al año que tenía fuera de La Florida cuando me compraban los útiles escolares o ropa para la Navidad, íbamos al Persa Bío Bío o al de Estación Central o al de Departamental. En ese tiempo no habían malls ni tarjetas de crédito de casas comerciales, así que salir a comprar era siempre un evento especial. Yo sabía que en esas salidas íbamos a tener que almorzar afuera y lo más barato era comer completos.

Pero hay un hecho puntual que me conecta con los completos de manera más emotiva y ha llegado el momento de compartir esta historia.
Pero hay un hecho puntual que me conecta con los completos de manera más emotiva y ha llegado el momento de compartir esta historia.
Eran los inicios de los noventas, tenía 12 años y entré a 7mo básico al Instituto Nacional, mis padres pusieron toda su esperanza en mí, era una oportunidad gigante para tener una buena educación. A mí ese año me fue bien, me gustaba estudiar y era insoportablemente ordenado, sólo jugaba a la pelota. Años después el rock y la poesía cambiarían todo, pero esa es otra historia.
Mi papá luego del trabajo se iba caminando hasta el liceo y aprovechaba de pasarme a buscar para irnos conversando en el viaje de una hora a la casa. A veces me compraba un Chocman afuera del colegio, antes eran más grandes y costaban $50.
Cuando terminó el año resulta que saqué el primer lugar. El día que lo supe se lo conté a mi papá al salir del colegio. Él obviamente se alegró e improvisadamente me dijo "Ya, vamos a ir a celebrar entonces. Te voy a llevar a un lugar que te va a gustar". Yo nunca pedía nada, nunca quise complicar a mis padres, sabía que la plata era escasa y un poco a la fuerza aprendí a ser austero.
Mi papá trabajó muchos años en el centro de Santiago, se ubicaba bien con todas las calles y con el tiempo supe también que alternó su tiempo de juventud entre el deporte, los cines y los bares. Vivió la bohemia de San Diego/Bandera previo a la Dictadura, iba a ver las peleas de box en el Caupolicán y vio goles de Pelé en el Estadio Nacional. Escuchó los discursos de Allende alrededor de La Moneda y los días del Golpe estaba en una toma de terreno en La Florida. Mi papá nunca aprendió a manejar, hasta el día de hoy disfruta andar en micro o caminar. Sin teorizar mucho, disfruta de la sencillez con su cristianismo a cuestas.
Fuimos entonces a la calle San Antonio, de noche yo casi no había estado en el Centro, recuerdo ver mucha basura y neones, no quería decirme a donde me llevaba, en esas pocas cuadras mi ansiedad fue aumentando y veía como mi papá sonreía. Finalmente llegamos a una especie de fuente de soda, pero muy oscura, o por lo menos ese es mi recuerdo, un antro sanguchero. Se llamaba Kapi-kúa, era una picá de completos. Tengo un recuerdo que ya no sé si es inventado, pero fue como entrar a esas cantinas de las películas de vaqueros, o como ese bar de La guerra de las galaxias, había mucho humo y viejos con caras raras. Mi papá me dice: "Acá hacen los completos más rápidos de Santiago". Ni siquiera eran los más ricos, sino que los más rápidos. Después supe que también eran de los más baratos. Yo recuerdo que estaba muy impresionado del lugar, uno llegaba a un mesón donde se veía la plancha donde cocinaban los sanguches. Mi papá saludó al cocinero como si lo conociera y me preguntó que quería. Yo le dije tímidamente que quería un completo italiano, que era $50 más caro que un completo normal. Mi papá entonces le habla fuerte "¡Un italiano y un barros luco Maestro!". Supongo que es mentira lo que pasó, pero según yo, diez segundos después me pasaron el italiano, modesto, pero calentito. Para mí fue como un acto de magia, yo estaba con la boca abierta. Luego mi papá compró unas bebidas chicas con las que brindamos. Ese completo ha sido uno de los mejores regalos que he recibido en la vida. Fue como un acto de iniciación. Supongo ahí nace mi interés por las picadas y por los completos, pero sobre todo el entender que lo importante es el ritual, la invitación, la caminata, la tertulia, el brindis. Mi papá con ese completo me regalo un momento, mitificado y todo, que acabó por definirme. Ese completo es un germen en mis películas, en mis poemas y renace en cada nuevo completo que acompaña una conversa y nutre una amistad.
También sé que ese regalo no era por haber tenido mejores notas que otros, sino por valorar mi esfuerzo y seguramente por notar que ya iba abandonando la niñez. Esas bebidas con el tiempo serían schops y piscolas, pero nunca jamás de los nunca traicionaría al completo.



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